Paula llevaba 7 años viviendo en Boston. Desde siempre le había apasionado la ingeniería y después de trabajar muy duro consiguió una beca para estudiar y posteriormente trabajar en el MIT. Vivía allí con su marido, que como ella, era también de Barcelona. Paula contactó conmigo a través de la pantalla debido a las preocupaciones recurrentes que tenía respecto a su salud: el miedo a la enfermedad llevaba demasiado tiempo instalado en su vida. Sabía que estaba sana como una manzana, puesto que hacía poco que se había realizado una revisión médica; no obstante, admitió que tendía a ver potencial de enfermedad grave en cualquier síntoma que hiciera acto de presencia en su cuerpo. En paralelo, añadió el hecho de que empezaba a enfocar su obsesión por la enfermedad en su hijo de 3 años. En cuanto veía que el niño tenía fiebre, aparecía el fantasma mental de la enfermedad grave.
La realidad interna del miedo a la enfermedad
Paula había leído mucho sobre la ansiedad, y era consciente de que debía abordar su miedo a la enfermedad, aunque lo que verdaderamente la impulsó a buscar ayuda era el ferviente deseo de no transmitirle sus miedos a su hijo. Sabía por experiencia que la preocupación reiterativa por la posible presencia de una enfermedad grave era un pozo ansioso que tenía el potencial de no sólo alterar su bienestar emocional, sino de su familia. Respecto a eso, Paula manifestó que a menudo se encontraba hablándole a su marido de miedo a la enfermedad a través de un discurso elaborado sobre síntomas, comprobando en sus intervenciones si él se alarmaba cuando ella le explicaba lo que notaba. Tras reflexionar sobre este punto, admitió “supongo que busco que me tranquilice”. Aunque estaban bien como pareja, este tema tendía a monopolizar las conversaciones en determinadas épocas del año, y cuando eso ocurría el ambiente se tornaba tenso. Ella se sentía incomprendida, y el frustrado.
Los engranajes de la ansiedad por la salud
Paula relató que cuando estaba particularmente conectada con el miedo a la enfermedad, cualquier síntoma que notaba era susceptible de ser catalogado como “canceroso”. Admitía cierto reparo al contármelo: “Me da incluso vergüenza decírtelo porque sé que quizás es exagerado, pero es cómo me siento”. Si sentía dolor de estómago, su mente se trasladaba de inmediato a un escenario espantoso en el que ella estaba gravemente enferma. Inevitablemente, esa estampa mental le generaba una ansiedad elevada. Su manera de calmar esa ansiedad, tal y como me explicó, consistía en “palparse la barriga, en búsqueda de algún bulto” que justificara el dolor (y el temor). A su vez, no convencida con los resultados de su autoexploración, acudía a su fiel amigo Google, que nunca defraudaba en su ofrecimiento de información infinita. Por si fuera poco, cuando no se quedaba tranquila con lo anterior, hablaba con su marido para que la tranquilizara.
¿Por qué algunas personas se preocupan más por su salud que otras?
Ahondando en la cuestión de su miedo a la enfermedad, Paula me contó que desde siempre había sido “muy sufridora”, y que tenía tendencia a tomárselo todo “muy en serio”. En el trabajo estaba muy bien considerada. Era cumplidora, autoexigente, y tremendamente responsable. A la vista estaba que había conseguido todo aquello que se había propuesto y que era un motor incansable. Tanto era a así que a menudo se extralimitaba, trabajando más horas de las que podía asumir. El sentido de la responsabilidad y del control podían con ella y a menudo sentía que no dedicaba todo el tiempo necesario a lo más importante que tenía en su vida, que era su familia. Reconocía a si mismo que le quedaban muy lejos aquellas tardes de lectura en solitario o sus cenas con amigas, que antes había disfrutado tanto.
Paula se dio cuenta mientras hablábamos que el tema del miedo a la enfermedad aparecía con especial virulencia coincidiendo con períodos de mucho trabajo. A mayor sensación de estrés, mayor preocupación por su salud.
Ahondamos en su historia familiar, de la cual destacó el vínculo con su abuela, con la que había convivido hasta los 14 años. Relató que la muerte de esta a manos del cáncer le impactó mucho, puesto que fueron unos meses previos difíciles en convivencia con la enfermedad y particularmente hostiles después, ya que su madre (era la abuela materna) cayó en una depresión profunda de la que le fue difícil remontar. Tuvo pues, desde bien pronto, que hacerse cargo de muchas tareas de casa y responsabilidades familiares; su padre tenía un trabajo muy exigente como profesor, y mientras su madre estaba en cama con su depresión, ella debía hacerse cargo de su hermana pequeña de 7 años. Como Paula comentaba, “fue un máster avanzado en madurez que tuve que llevar por dentro”.
¿Cuál es la fina línea entre una preocupación normal y saludable por la salud y la obsesión?
Es normal que todos velemos por nuestra salud, y que por ello establezcamos unos buenos hábitos saludables y visitemos al médico cuando estimemos necesario. Lo que marca la línea fronteriza entre una preocupación razonable por la salud y la ansiedad por la salud -lo que comúnmente es llamado “hipocondría”- es que en el segundo caso esa preocupación -el miedo a la enfermedad- es persistente y secuestra de tal modo a la persona que la padece, que provoca de forma invariable niveles de ansiedad muy altos. En otras palabras, lo que pensamos va de la mano de lo que sentimos; desde aquí, es prácticamente imposible sospechar que se tiene un cáncer, y permanecer tranquilo a la vez. Las personas que se encuentran en el paradigma de la ansiedad por la salud, en aras de paliar el malestar y obtener cierto sentido de control y seguridad, adoptan una serie de medidas:
- Revisar el propio cuerpo en búsqueda de síntomas o confirmación de los mismos.
- Pedir tranquilidad a la persona que tengan más cerca a través de hablar directa o indirectamente de síntomas.
- Buscar información en Google.
- Evitar personas o situaciones relacionadas con la enfermedad.
Todas estas medidas junto a dar el paso de frecuentar demasiadas veces la consulta del médico -ojo que hay quienes evitan por completo esto último-, están, como decía, encaminadas a aumentar la propia percepción de control. Pero por el contrario, todas y cada una de ellas actúan como factores mantenedores del cuadro ansioso.
No podemos tener la garantía absoluta de que nuestra salud será de hierro para siempre, pero de velar por ella a obsesionarse hay una fina línea. El objetivo pues, no radica en hacer desaparecer los síntomas (puesto que el cuerpo está vivo y hará y manifestará síntomas), sino en aprender a no malinterpretar los síntomas como preludio de una enfermedad grave.
Tratamiento de la ansiedad por la salud o el miedo a la enfermedad
Volviendo al caso de Paula, en nuestro trabajo conjunto online hicimos hincapié en los siguientes aspectos:
- Hicimos una radiografía emocional de su escenario vital para que comprendiera el porqué de su ansiedad (siempre hay una constelación de variables detrás y es crucial entenderlas bien).
- Empezamos con el abordaje de sus síntomas. Para ello, nos enfocamos en entender exactamente cómo era su ansiedad y en comprender cómo aquellas conductas que hacía con su mejor intención de tranquilizarse, paradójicamente mantenían vivo su malestar.
- Iniciamos un trabajo de sintonización de su GPS emocional para mantener a flote su inercia hacia el estrés; trabajamos en las creencias que fomentaban su necesidad de trabajar sin parar, su híper responsabilidad y su necesidad de control.
- Trabajamos en su gestión emocional para que aprendiera a identificar y a gestionar sus emociones. Con ello, navegamos por el duelo que tenía pendiente de elaborar.
- Incidimos en su necesidad de poner límites para priorizarse a sí misma y a su familia.
- Trabajamos en detectar sus propias necesidades para que aprendiera a atenderlas.
Con todo ello, Paula aprendió mecanismos concretos para gestionar bien la ansiedad por la salud y tomó las riendas de su vida. Alineó sus valores con sus prioridades. Se dio cuenta de hasta qué punto estaba ignorando los dictámenes de su GPS emocional, siendo incoherente con sus necesidades. Aprendió a identificar sus emociones y a expresarlas con su círculo de confianza y a pedir ayuda cuando era necesario. Logró convivir con la incertidumbre, dejando ir el control de todo aquello que no dependía de ella. Con ello, empezó a relacionarse con los diferentes aspectos de su vida de manera distinta, aumentando su bienestar emocional. Logró aprender a hacer una buena prevención del estrés y un manejo óptimo de su ansiedad, desde el autoconocimiento.
Si te has sentido identificado/a, no dudes en contactar con nosotros para ver cómo podemos abordar juntos tu caso. Está en tus manos liberarte para empezar a VIVIR la vida que quieres.
Un comentario
Me he sentido totalmente identificada