El síndrome del impostor es un gran generador de ansiedad y estrés. En este artículo te explico qué es a través de un caso real, y cómo lo traté.
Virginia tenía un currículum impresionante. Llevaba más de una década en un reputado puesto directivo de una conocida corporación del mundo de la cosmética, y contaba con un doctorado en Química. Era de aquellas personas que disfrutaba aprendiendo e invertía gran parte de su tiempo en leer todas las publicaciones relevantes de su sector para estar siempre al día: era una trabajadora incansable. Contaba con muchos años de experiencia (y un largo historial en el mundo de la cosmética), y había hecho ganar millones de euros a la compañía con sus aportaciones. No obstante, su autoestima era vulnerable, y padecía síndrome del impostor.
El síndrome del impostor puede afectar a cualquiera, independientemente del estatus laboral que tenga. A menudo afecta a personas muy autoexigentes que tienen tendencia a medirse y valorarse a través de los resultados y de la valoración externa. Hay quienes despliegan el síndrome durante periodos concretos -por ejemplo al asumir una responsabilidad nueva- aunque también hay personas que, por sus propios rasgos de la personalidad, sumados a una autoestima endeble y a una inseguridad que aparentemente sólo desaparece ante la aprobación ajena, padecen el síndrome del impostor de forma mucho más estable.
Virginia se presentó en mi consulta de terapia online con un semblante apesadumbrado: toda su postura corporal indicaba claudicación. Me explicó que hacía unos meses le habían ofrecido el puesto del que había sido su jefe, que estaba a las puertas de la jubilación. Este nuevo puesto significaba para ella mayor visibilidad, estatus y un aumento de salario que engordaba su cuenta bancaria de forma significativa: en teoría, era un caramelo laboral. No obstante, su reacción ante el ascenso no fue ni mucho menos la esperada: manifestó que desde su flamante entrada al puesto, llevaba demasiados meses sufriendo una ansiedad desconcertante. Le invadían las dudas y la inseguridad: “Tengo un buen puesto, pero me siento como una impostora a la espera de ser descubierta”.
La realidad interna del síndrome del impostor
Virginia manifestó que cada vez que tenía que reunirse con su nuevo equipo, le invadía un carrousel mental de fantasmas: “Y si se dan cuenta de que no estoy a la altura?” “Y si ven que en realidad no valgo?” “Y si hago el ridículo?” ”Y si creen que no soy buena para esto?. Las dudas le causaban tanta ansiedad que en cuanto tenía consciencia de que debía presentarse ante sus colaboradores, empezaba a anticiparse con todo lo malo que podía ocurrir. Notaba un nudo en el estómago, sentía opresión en el pecho y dibujaba películas de terror en su mente en las que siempre quedaba en evidencia, como la impostora que sentía que era.
Virginia me contó que era tremendamente autoexigente y perfeccionista. Tenía una baja tolerancia al error y se extralimitaba continuamente para dar lo mejor de ella misma. Era una amante del control y la responsabilidad: no era de extrañar que le hubieran ofrecido el puesto. Dedicaba horas a estudiar todo lo que acontecía en su sector y revisaba al dedillo cada tarea que pasaba por sus manos. Le costaba delegar, puesto que había tenido algún intento fallido al confiar en el buen hacer de su equipo y no quería arriesgarse ni al más mínimo margen de error. Era consciente de que pasaba infinidad de horas en la empresa (en detrimento de las horas que le podía dedicar a su hija).
Desde el prisma de su mirada autocrítica y auto flageladora, dudaba de que sus logros fueran “para tanto”; sólo cuando tenía una reafirmación externa flagrante se creía que sus aportaciones eran buenas, aunque la gloria interior le duraba poco. En seguida minimizaba sus logros y acentuaba todo aquello que consideraba que se podría haber hecho mejor. Sin saberlo, su principal fuente de ansiedad y presión era ella misma. Era evidente que había kilómetros entre cómo se percibía a ella misma (menos competente de lo que debería ser) y cómo era en realidad (ultra competente).
¿Cuáles son los síntomas característicos del síndrome del impostor?
1) Sentirse como un fraude.
2) Tener miedo a “ser descubierto/a”.
3) Tendencia a minimizar logros y a maximizar fracasos.
4) Dudas reiterativas acerca de las propias actuaciones y capacidades “¿Lo que dije fue apropiado?” “¿Lo que hice estuvo bien?” “¿Y si piensan que mi presentación es demasiado básica?” “Y si en realidad no estoy a la altura?”
El resultado de estos parámetros desemboca en comportamientos a través de los cuales la persona se desvive por dar la talla. Dado que desde su perspectiva su actuación nunca será suficientemente buena (las expectativas sobre uno mismo se tornan imposibles de alcanzar), pecará de revisar más, controlar más, esforzarse más, comprobar más y extralimitarse más. En estos casos, el miedo al fracaso y el miedo a decepcionar a los demás, lo vehicularán todo.
Una bomba de relojería que predispone al estrés
En el trabajo y en la vida personal, todos estos factores encarnan el engranaje de una bomba de relojería que predispone al que la sostiene, al estrés. Y el estrés del impostor (ojo que esto afecta igual a hombres que a mujeres), genera ansiedad, irritabilidad y una insatisfacción crónica, en la que la persona deja de disfrutar de todo y duda de forma constante de sus habilidades. Si consigue un éxito, probablemente lo adjudicará a la suerte o a factores externos; si fracasa, se deberá evidentemente a su “ineptitud”.
Según los estudios, el síndrome del impostor puede tener repercusiones a nivel de carrera laboral; el miedo al fracaso y la duda reiterativa sobre las propias capacidades, inducen a la parálisis por análisis y al estancamiento de muchas carreras laborales. La anticipación ansiosa en la que la persona se visualiza en el peor de los escenarios -el fracaso y la evidencia de que en realidad no es bueno/a-, pueden promover que permanezca en lugares de trabajo poco satisfactorios por miedo al cambio. Son habituales pensamientos del tipo “Llevo 15 años en este sector, pero mis funciones en esta empresa son particulares…seguro que ahí fuera lo que se hacer aquí no sirve”.
Aparece una visión de tubo sobre las propias capacidades y potencialidades que merman la trayectoria de la persona, confirmando de una manera perversa, que no vale (no porque realmente no valga, si no porque ve pasar las oportunidades, ve a otros tomarlas, y se ve fuera de juego, estancado/a, y sin proyección).
Tipos de “impostores”
Según la Dra. Valerie Young (en su libro “The secret thoughts of successful women – Impostor Syndrome”), existen 5 tipos de “impostores”:
- El experto/a. Es la persona que necesita saberlo TODO sobre un tema antes de mover ficha o avanzar. El resultado es que se paraliza.
- El perfeccionista, que tenderá a poner el listón extremadamente alto y se llenará de ansiedad y dudas cuando vea que le cuesta alcanzarlo. Sesgará su mirada hacia los defectos: lo que no ha hecho bien, lo que le ha faltado, lo que ha sido mejorable…y valorará muy poco -o nada- sus logros.
- Genios naturales: son personas que tienen muchísima facilidad para aprender y que se quedan perplejas -y cuestionan su propia validez- cuando se encuentran ante retos demasiado difíciles. Confunden las dificultades que puede tener cualquier persona ante un desafío difícil, con su supuesta ineptitud.
- El solista, que es el que prefiere trabajar solo, por miedo a parecer incompetente si pide ayuda. Esta persona tenderá a rechazar la ayuda para demostrar que puede con todo.
- El superhéroe, también llamado workaholic. Se extralimitará en el trabajo y dará prácticamente todas sus horas al puesto. El resultado será el estrés y la factura emocional que aparece cuando hay un desequilibrio grande entre las parcelas de la vida. Dado que día tiene sólo 24 horas, las jornadas maratonianas tendrán un impacto negativo en sus relaciones personales (pareja, familia, hijos). Tenderá a priorizar, la mayoría de las veces, el deber (laboral).
Tratamiento del síndrome del impostor
Volviendo al caso de Virginia, abordamos su caso en nuestras sesiones de terapia online atendiendo diversos frentes:
- Empezamos haciendo su radiografía emocional. Analizamos su funcionamiento, para empezar a ahondar en su autoconocimiento a través de tomar consciencia de cómo se estaba relacionando con los diferentes elementos de su vida y su entorno.
- Analizamos en qué medida sus rasgos de la personalidad influían en su manejo de las situaciones. Vimos qué creencias actuaban como combustible de sus acciones para entender cómo había llegado hasta el punto en el que estaba.
- Hicimos un trabajo de detección de las trampas del estrés en las que estaba cayendo, para determinar de qué forma estaba compensando sus supuestos “déficits”.
- Analizamos su rutina con el objetivo de alimentar su necesidad de poner límites y reestablecer el equilibrio entre las áreas de su vida. Vimos que su necesidad de control, su autoexigencia y su necesidad de llegar a todo para mantener su estatus le impulsaban a estar hiperconectada al trabajo en detrimento de otras parcelas importantes de su vida, como la familiar. Desatender a su hija le estaba pasando factura emocional en forma de ansiedad y culpa.
- Analizamos su estilo de la comunicación. En su caso había una tendencia a la complacencia y la pasividad; según ella, “no podía decepcionar a los demás”. Desde su punto de vista, si quería “llegar a todo y dar la talla”, no podía permitirse un “no”. Trabajamos en el arte de poner límites y priorizarse.
- Hicimos hincapié en su relación con los miembros de su equipo, a los que se empezó a dirigir en un tono mucho más relajado -sin la necesidad de demostrar continuamente lo que valía- y fuera del contexto del cumplimiento estricto de los objetivos.
- Hicimos un trabajo de detección de sus propias necesidades. Tendía de forma evidente a priorizar la obligación ante la necesidad personal, hasta el punto de no permitirse parar en ningún momento “para no sentirse inútil”. Darse cuenta de que tenía necesidades y de que las estaba desatendiendo fue sumamente revelador.
- Trabajamos en su gestión de las emociones, porque apenas se permitía sentirlas. Se había acostumbrado de tal modo a meterlas en su mochila para seguir andando que ya no sabía ni qué sentía. Solo sabía que se sentía mal y que no tenía ni idea de porqué.
Tomar consciencia
Después de varias sesiones de terapia online semanales en las que analizamos muchísimos ingredientes de su mapa mental, que es el prisma individual e intransferible desde el que miramos el mundo, los niveles de ansiedad de Virginia empezaron a disminuir, puesto que empezó a tomar consciencia de sí misma, pasando del piloto automático al piloto manual. Esto le dio una ventaja crucial, puesto que dejó de reaccionar ante los eventos del día a día para empezar a responder desde el autoconocimiento. Sintonizó con su GPS emocional, y empezó a fluir con coherencia, sin ansiedad.
Su trabajo y su puesto eran los mismos, pero su visión del mundo y sobre todo de ella misma cambiaron; es ahí donde reside la magia de embarcarse en un tratamiento psicológico para ahondar en el autoconocimiento, tratar la ansiedad y sintonizar con tu GPS emocional: cuando tu cambias, TODO cambia.
¿Te has sentido identificado/a? Si así es y sientes que tu síndrome del impostor está empezando a alterar tu vida, no dudes en contactar con nosotros.
Está en tus manos liberarte de la ansiedad para empezar a VIVIR la vida que quieres.