El estrés a través del caso de Tom

El estrés puede producir variedad de síntomas y mucha ansiedad, pero con el tratamiento adecuado se puede superar. Te explico un caso real -con algunos elementos de ficción para preservar la confirdencialidad-, y cómo lo traté.

Tom era directivo de una gran corporación del sector alimentario. Cuando entró en mi consulta por primera vez,  lo hizo con el aplomo y la presencia propias de alguien que parece muy seguro de sí mismo y siempre en control de la situación. Se sentó y me contó que venía a terapia porque recientemente se había dado cuenta de que tras el ascenso que le habían dado en el trabajo, se sentía “sobrepasado”.

Tom relató que era originario de Londres y que hacía 9 meses que estaba en Barcelona. La multinacional para la que trabajaba en Inglaterra tenía una sede en Barcelona y le había facilitado la transición a España a él y a su familia (su mujer y dos hijos de 8 y 10 años). Apenas se defendía en español -hablábamos en inglés-, tenía un equipo nuevo que dirigir y repitió en varias ocasiones que la persona que antes ocupaba sus zapatos en la compañía, era muy carismática y querida en la empresa.

Confesó sentir que no estaba a la altura de la posición que le habían dado, y que se veía constantemente presionado por “dar la talla”

Realidad interna del que padece estrés

Además, sentía una presión añadida: la de haber trasladado a su familia aquí, puesto que complicaba mucho su vivencia de todo el escenario; no podía fallar, y se sentía desesperado porque todo aquello que hacía para evitar el desastre, le acababa empujando un poco más abajo cada día. Sus intentos de mejorar la situación no sólo no surgían efecto sino que la empeoraban. Se sentía muy atrapado y sin recursos para afrontar.

Con todo lo anterior, admitió sentirse tremendamente inseguro (aunque hacía grandes esfuerzos por ocultarlo), le costaba tomar decisiones (factor que le representaba repasarlo todo hasta 5 veces) y se bloqueaba con facilidad. Le costaba concentrarse, y desde hacía semanas, aunque se iba a dormir agotado, se despertaba en mitad de la noche con preocupaciones del trabajo y ya no podía volver a conciliar el sueño. Durante el día, se había sorprendido a sí mismo en un par de ocasiones subiendo demasiado el volumen de su voz, ante la mirada de rechazo semi disimulada de su equipo. 

Tom manifestó que llevaba días con una ansiedad insidiosa que ubicaba en la boca del estómago, aunque era incapaz de identificar de dónde venía. Lo que reiteraba y subrayaba era que el malestar ansioso aparecía con especial virulencia el domingo por la tarde, cuando se ponía a planificar toda la semana laboral que tenía por delante. Su mente no dejaba de vislumbrar escenarios catastróficos: “¿Y si se dan cuenta de que estoy nervioso?, ¿Y si ven que en realidad no valgo?, ¿Y si no soy capaz de hacerlo y me despiden? ¿Qué le diré a mi familia?”. Cada pensamiento actuaba como un motor de Fórmula 1 para su ansiedad.

En general, decía sentirse envuelto en una manta de pesadumbre. Se culpaba porque según él “debería estar motivado y agradecido por tener esta oportunidad laboral”, pero el malestar y el agotamiento le podían. Se enfadaba consigo mismo porque no entendía cómo, a su edad y con su bagaje, podía haber llegado aquí (emocionalmente hablando) y se castigaba por no estar disfrutando de sus hijos en su tiempo libre -los fines de semana-, porque se notaba ausente y desconectado.

Trampas del estrés

Cuando le pregunté por su rutina diaria, me comentó que se pasaba el día intentando compensar sus “déficits”. A menudo tenía 3 pantallas encendidas encima de su mesa para controlar todos los índices posibles de la compañía a la vez, y el móvil se había convertido en una extensión de su mano. Su relación con el equipo se ceñía a controlar si estaban haciendo bien su trabajo, revisando al detalle de un modo casi obsesivo que cada uno estuviera cumpliendo bien los objetivos marcados. Fuera de esta interacción de revisión inquisidora, no se relacionaba con nadie: al no hablar bien el idioma, no quería arriesgarse a parecer “inseguro o débil” delante de los demás. A menudo se llevaba trabajo a casa, desde donde se encontraba escribiendo mails a horas intempestivas para asegurarse de que acaba todo el trabajo posible del día, y así poder empezar “desde cero” al día siguiente.

Síntomas del estrés

Tom estaba sufriendo un cuadro claro de estrés. El estrés es la respuesta que hace nuestro organismo ante el desequilibrio que ocurre entre las demandas del entorno, y los recursos que tenemos para afrontarlas. El estrés nos avisa a través de 3 tipos de síntomas:

  • a) Los físicos, como por ejemplo las cefaleas, el insomnio o incluso la taquicardia, entre otros.
  • b) Los mentales y emocionales, como el bloqueo, la dificultad para tomar decisiones o la presencia de pensamiento obsesivo.
  • c) Los conductuales, como el aumento o la disminución de la ingesta, el aumento del control y las comprobaciones sobre las cosas o la evitación de otras.

A día de hoy y después de 12 años visitando personas con estrés, ninguna ha entrado en mi consulta el primer día exponiendo “el estrés” como motivo de búsqueda de tratamiento. Tendemos a normalizar demasiado los síntomas del estrés. Normalizamos, dormir mal, ir acelerados, y tener cierta ansiedad. Ese es nuestro piloto automático.

Reserva emocional

La verdad es que cuando pasamos por alto los síntomas del estrés y seguimos “andando” y poniendo buena cara al mal tiempo, entramos en reserva emocional (cuando nuestra batería emocional llega al borde del agotamiento). Desde la reserva nuestro cuerpo sube el volumen a las emociones para que hagamos algo de una vez: aparece la ansiedad patológica, difusa y sin causa identificable, que puede acompañarnos todo el día o bien hacer una entrada triunfal a nuestra vida con un ataque de pánico.  Puede aparecer una tristeza de fondo que nos prive de disfrutar de prácticamente nada, o sorprendernos con ataques de llanto inesperados ante el mínimo percance. Y por último (o en paralelo), puede aparecer la irritabilidad, que puede hacer acto de presencia de forma más o menos frecuente o con algún ataque de ira que nos puede sorprender incluso a nosotros mismos.

Tratamiento

Volviendo al caso de Tom, trabajamos conjuntamente en nuestra consulta sobre diversos frentes:

  1. Empezamos haciendo su radiografía emocional.  Analizamos su funcionamiento, para que empezara a tomar consciencia de cómo se estaba relacionando con los diferentes elementos de su vida y su contexto.
  2. Analizamos sus rasgos de la personalidad, puesto que vimos que de ellos partían creencias que actuaban como combustible de sus acciones y que explicaban cómo había llegado al estado en el que se encontraba.
  3. Identificamos en qué trampas del estrés caía, para determinar qué soluciones o remedios estaba poniendo para compensar sus supuestos déficits que lejos de ayudarle, le estaban perjudicando más.
  4. Analizamos su rutina con el objetivo de alimentar su necesidad de poner límites y reestablecer un equilibrio entre las áreas de su vida. Vimos que su necesidad de control, su autoexigencia y su autosuficiencia le impulsaban a estar hiperconectado al trabajo todo el día en detrimento de otras parcelas de su vida, como la familiar. Desatender a su familia y compartir vivencias con ellos desde la ausencia emocional, promovía sus sentimientos de culpa.
  5. Analizamos su estilo de la comunicación. En su caso había una tendencia a la pasividad en cuanto a la práctica de nuestro idioma (evitaba hacerlo por miedo a parecer “incompetente”), y a la agresividad respecto al trato con los miembros de su equipo (necesitaba controlar de forma insistente todas las tareas que emprendían por miedo a que no llegaran a los resultados esperados). El resultado de todo esto era que vivía en un aislamiento social tanto desde él mismo -por su evitación de situaciones-, como desde los demás -los miembros del equipo no le tenían en gran estima después de todo el control que ejercía sobre ellos-.
  6. Trabajamos, a través de entrenarle en técnicas de asertividad, en el afrontamiento de situaciones en las que debía gradualmente hablar el idioma, a través de promover diferentes encuentros, y normalizando -y aceptando- el hecho de que su uso del español estaba en proceso de aprendizaje -y por tanto lejos de una perfección nativa-.. También hicimos hincapié en su relación con los compañeros de trabajo, a los que se empezó a dirigir en un tono mucho más relajado y fuera del contexto del cumplimiento estricto de los objetivos.
  7. Trabajamos en su gestión de las emociones, porque apenas se permitía sentirlas. Se había acostumbrado de tal modo a meterlas en su mochila para seguir andando que ya no sabía ni qué sentía. Solo sabía que se sentía mal y que no tenía ni idea de porqué.

Sintonizar con el GPS emocional

Después de varias sesiones semanales en las que hablamos de muchísimos ingredientes de su mapa mental, que es el prisma individual e intransferible desde el que miramos el mundo, Tom empezó a recuperar la autoconfianza y la motivación. Sus niveles de ansiedad empezaron a disminuir, puesto que empezó a tomar consciencia de sí mismo, pasando del piloto automático al piloto manual. Esto le dio una ventaja crucial, puesto que dejó de reaccionar ante los eventos del día a día para empezar a responder desde el autoconocimiento. Sintonizó con su GPS emocional, y empezó a fluir con coherencia.

Su trabajo era el mismo y seguía viviendo en una ciudad nueva con un nivel de español lejos de lo fluido: pero su visión del mundo había cambiado; su manera de relacionarse con todo y con todos se transformó, tanto en el trabajo como en casa. Y es ahí donde reside la magia de embarcarse en un tratamiento psicológico para ahondar en el autoconocimiento y sintonizar con tu GPS emocional: cuando tu cambias, TODO cambia

Si te has sentido identificado/a, no dudes en ver nuestra unidad de estrés y burnout en la que te podemos ayudar. Está en tus manos liberarte para empezar a VIVIR la vida que quieres.

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