Si sigo a este ritmo “petaré”…¿Cuántas veces hemos oído una frase similar?
¿Qué significa “petar”? ¿Todos somos susceptibles de “petar”?
Marc era un abogado entregado con muchos años de bagaje profesional. Acudió a mi consulta preso de la ansiedad; pasó su primera sesión llorando. Relataba con desesperación que no se reconocía, que se sentía agotado y que a menudo fantaseaba con abandonar la profesión. Había perdido toda noción de empatía hacia sus clientes, y se veía arrastrado por un “pasotismo” impropio de él en referencia a muchos aspectos de su profesión. Marc relataba una inusitada tendencia al bloqueo, dificultad para concentrarse e inseguridad. Le daba vueltas a todo. A pesar de ello, seguía trabajando y aguantando el tipo delante de sus compañeros, aunque el agotamiento y la pérdida de peso (había perdido 10 kilos en los últimos 3 meses) eran notables. Marc relataba sentirse desconcertado, puesto que nunca en la vida había sentido nada igual y la sensación de vulnerabilidad “se lo comía vivo”. El miedo le invadía, y sentía desesperanza al visualizar su antiguo “yo” como parte de una pasado irrecuperable.
Marc relató que, como todo abogado de prestigio, llevaba años trabajando a un ritmo trepidante: había cosechado una colección de éxitos laborales. La pandemia representó para él un apogeo laboral: si antes su trabajo ya era demandante, el coronavirus le brindó multitud de casos que subieron su prestigio (y su ya exigente volumen de trabajo) como la espuma. Marc estaba en el zénit de su carrera laboral, y a pesar de ello, se sentía más vacío y desmotivado que nunca. Había perdido el sentido de propósito y a menudo se encontraba fantaseando con realizar otro tipo de trabajo, alguno que fuera mucho más sencillo y que no exigiera ningún tipo de reto intelectual para sus exhaustas neuronas.
Por otro lado, la vida personal de Marc estaba patas arriba. Sentía que su mujer le demandaba una atención que él nunca le podía dar y además debía hacerse cargo de su madre, que ya tenía una avanzada edad y cierta dependencia. Marc llegaba a casa tardísimo cada día y pasaba gran parte del fin de semana tratando de atender todos los casos pendientes de revisión que acechaban desde las carpetas de su ordenador. Y todo esto en perfecta armonía con un galopante sentimiento de culpa por no atender a su familia.
“Petas” cuando agotas tu capacidad natural para hacer frente a las demandas del día a día y cuando llevas meses o incluso años bajo un paraguas de estrés. Hablamos de estrés crónico cuando la percepción de desequilibrio entre las demandas del entorno y los recursos con los que contamos para lidiar con el temporal se instalan en nuestra vida para no marcharse.
El burnout, o distress, o agotamiento emocional, ocurre en todas partes y en todas las profesiones: CEOs, médicos, empresarios, ejecutivos, profesores, abogados y hasta los psicólogos entre muchos otros; todos somos susceptibles de padecerlo si nuestros motores internos y las circunstancias con las que nos relacionamos a diario se alinean de forma perversa, como el fuego y la gasolina.
El burnout es un fenómeno creciente y transversal, y no es de extrañar, puesto que nuestra realidad laboral lo facilita. Así lo constato a diario en la consulta: son habituales los discursos que mencionan una sobrecarga de trabajo, la presión por los resultados, las dificultades a nivel relacional tanto con compañeros como con líderes y el dominio arrasador de la tecnología en todos los ámbitos de la vida, tanto laboral como personal.
Todos estos factores, en convivencia con un marco referencial post- pandémico y un piloto automático que nos induce a querer llegar a todo, tienen la capacidad de llevarnos al límite. De hecho, según un estudio publicado en el Global Culture Report 2021, se ha demostrado un aumento del burnout a nivel intencionalidad del 15% (datos obtenidos después de entrevistar a 40000 profesionales)
¿Cuáles son los síntomas del burnout?
Las personas que son más susceptibles de padecer burnout tienden a vivir más en el hacer que en el ser, y aparentan ser auténticas máquinas de trabajar. Mantienen un rendimiento tremendamente elevado hasta que literalmente no pueden más. El burnout puede manifestarse a través de diversos síntomas, siendo uno de ellos, inevitable: la sensación de estar total y absolutamente exhausto. Otros síntomas característicos suelen ser:
- Insomnio
- Pérdida de la empatía o la compasión
- Pérdida de preocupación por el trabajo (pasotismo).
- Enfermedad física
- Cometer errores que antes no se hubieran producido
- Baja autoeficacia (la confianza en uno/a mismo/a baja en picado)
- Falta de claridad mental y de concentración
- Inseguridad
- Cinismo
- Postergación
- Pesimismo
- Lloros
Estos factores junto a otras manifestaciones, constituyen la forma en la que nuestro cuerpo y nuestra mente suben el volumen para pedirnos clemencia e incitarnos a cambiar la ruta de abordaje.
¿Qué debemos tener presente en el tratamiento del burnout?
Lo primero, tomar conciencia. El burnout no aparece de golpe. Viene precedido por varios síntomas de estrés, que han ido haciendo acto de presencia desde hace semanas, meses o incluso años. El problema no es que el cuerpo no avise, sino que tendemos a ignorar las señales que buenamente nos envía hasta que el volumen es demasiado alto.
El cuerpo es sabio, y con frecuencia, arrastrados por la vorágine que nos rodea cada día, nos olvidamos de atenderlo. Atender a nuestro cuerpo es atender nuestras necesidades, escucharnos. El piloto automático nos tiene mal acostumbrados, puesto que nos incita a priorizarlo todo antes que a nosotros mismos. Este patrón de híper conexión con lo que toca, con lo que ocurre fuera, con lo que debería ser, evidencia la desconexión que padecemos respecto a nuestra realidad interior y genera una disonancia de expectativas que tiene sin duda el poder hacernos tambalear.
El burnout no es algo que cesa “espontáneamente” si no ponemos medidas. Con la mirada hacia dentro, desde el autoliderazgo y autoconocimiento, una parte fundamental para empezar a tratarlo pasa por recuperar la energía; si algo caracteriza al burnout es la pérdida de energía. A todos los niveles. Por eso motivo, tomar consciencia de cómo hemos contribuido a la bajada gradual pero inexorable de nuestra batería emocional, se hará imprescindible no sólo para parar el golpe, si no para prevenirlo una vez la tormenta interior se haya disipado y la vida siga haciendo de las suyas. Desde ahí, debemos focalizarnos en:
- Cómo hemos contribuido a la disminución de nuestra energía mental (es decir adoptar plena consciencia de cómo hemos llevado a nuestra mente al colapso con demasiados inputs, debido a nuestro afán de control, a querer llegar a todo o por nuestro enganche a la tecnología, entre otros factores).
- Cómo hemos contribuído a la disminución de nuestra energía emocional (es decir hasta qué punto hemos normalizado ir a todas partes con una mochila emocional llena a rebosar, hasta qué punto hemos enterrado nuestras emociones bajo sobredosis de hiper actividad y de qué forma nos relacionamos con las personas que forman parte de nuestro círculo habitual).
- Cómo contribuimos a la disminución de nuestra energía física (es decir hasta qué punto hemos descuidado nuestro cuerpo: con qué tipo de combustible nos hemos alimentado, si hemos movido el esqueleto y si nos hemos permitido descansar).
Y una vez recuperada la energía, y con todo ese autoconocimiento en mano, se hará necesario cambiar las reglas del juego, desafiar los parámetros habituales, tanto a nivel mental, emocional como conductual. Es decir, cambiar la ruta de abordaje de nuestra cotidianidad habiendo interiorizado la necesidad de cambiar. Si no hay conciencia de necesidad de cambio, difícilmente haremos una buena prevención de recaídas. Saber qué nos llevó del pre-burnout a “petar”, nos dará todas las pistas para identificar qué factores de nuestro funcionamiento debemos desafiar para evitar que volvamos a las andadas.
“La vida es el 10% lo que nos pasa, y el 90% cómo nos relacionamos con ello.”
Si hay una máxima en el terreno de la psicología y el comportamiento es que más de los mismo es igual a más de lo mismo. En otras palabras, si continuamos haciendo lo mismo, obtendremos los mismos resultados. Por eso en el burnout se hace imprescindible una mirada hacia adentro, que nos permita aprender a relacionarnos con lo externo desde otro ángulo. El estrés cronificado y el consecuente burnout no aparecen como consecuencia de lo que ocurre fuera, si no de cómo nos relacionamos con todo ello.
Si te sientes identificado/a con este artículo y sientes que necesitas ayuda, no dudes en ponerte en contacto con nosotros. Estaremos encantados de ayudarte a diseñar una vida en la que dispongas de toda tu energía para darle al mundo lo mejor de ti.